Antes que los ojos puedan ver, deben ser incapaces de llorar.
Antes que el oído pueda oír, tiene que haber perdido la sensibilidad.
Antes de que la voz pueda hablar en presencia de los Maestros, debe haber perdido la posibilidad de herir.
Antes de que el alma pueda erguirse en presencia de los Maestros es necesario que los pies se hayan lavado en sangre del corazón.
[Mabel Collins. Luz en el Sendero]